Rabí Itzjak Luria, mejor conocido como el Arizal, nació en el año 5294 (1534) en Jerusalén, en la Tierra de Israel.
Fallece en el año 5332 (1572) en la ciudad de Tzefat a la temprana edad de treinta y ocho años, pasando a la historia como el más sobresaliente pensador y exponente de la cabalá, la doctrina místico-metafísica judía.
Por el contacto constante con el Arizal, sus discípulos llegaron a darse cuenta de que lo que ellos veían no era más que la punta del iceberg de su grandeza. Rab Jaim Vital, su alumno más próximo, escribió en la introducción a su obra Etz Jaim las enseñanzas de su maestro:
“Si no fuera por eso, relataría algo de su forma de actuar y de sus maravillas de las que sólo mis ojos fueron testigo, cosas que infunden temor y respeto y que nadie ha visto en la Tierra entera desde la época de los tanaim como Rashbí (Rab Shimón bar Yojai) y sus colegas. Desde Rashbí hasta Raabad (Rab Abraham ben David, uno de los grandes cabalistas ashkenazíes) este conocimiento se transmitió de boca en boca. Eliahu se apareció ante algunos Sabios, hasta el Rambán. Desde el Rambán hasta mi maestro, nadie pudo entender este conocimiento de forma adecuada. El Arizal sabía Mishná, Talmud, Agadot y Midrashim en los distintos enfoques del pardés, incluido el místico; sabía también el maasé bereshit (los misterios de la Creación del universo) y el maasé mercabá (las especulaciones místicas sobre el Carruaje Divino), el idioma de los pájaros, de los árboles y las hierbas, e incluso de objetos inanimados como las piedras, las llamas y los ángeles. Conversaba con los espíritus del pasado que habían reencarnado, ya fueran buenos o malos. Sabía de dónde venía el alma de una persona. Podía adivinar secretos con sólo oler su ropa.
Era capaz de dirigirse al espíritu de un dibuk hablando con él y exorcizándolo del cuerpo donde se había metido. Podía ver las almas al abandonar el cuerpo en el cementerio o yendo al Paraíso todos los viernes por la noche.
Podía hablar con las almas de los tzadikim difuntos que residen en el mundo. Sabía leer las caras y la palma de la mano y podía interpretar los sueños. Adivinaba los pensamientos y los sueños de una persona mirándole la frente. También sabía qué versículo leía el alma al ir cada noche al Paraíso. Enseñó el significado de los orígenes de las almas y podía leer en la frente de una persona todos sus méritos y sus pecados. Era capaz de encontrar el tikún específico de cada individuo según su naturaleza y el origen de su alma. Sabía qué faltas se habían deslizado en los libros santos. Podía causar la ceguera temporal. Sabía exactamente qué es lo que sus amigos habían estado estudiando. Estaba lleno de piedad, cortesía, recato, temor, amor, miedo al pecado; poseía todos los buenos rasgos de carácter y todas las buenas acciones.
Era capaz de hacer todo lo que he enumerado en cualquier momento; todos esos poderes los tenía al alcance de la mano y yo fui testigo de ello. Los adquirió con su gran piedad y abstinencia, tras prolongado estudio de las obras antiguas y posteriores que tratan de esas ramas del conocimiento. Así se incrementaron su piedad, su pureza y su santidad y éstas le hicieron adquirir rúaj hakódesh. Eliahu Hanabí se le aparecía constantemente. Yo sé que todo esto es cierto...”
Rab Jaim Vital no fue el único que nos dejó testimonio escrito de la inconmensurable grandeza de su maestro. También los otros discípulos del Arizal contaron acerca de él cosas maravillosas:
“Sabía qué yijudim decir en las tumbas de los tzadikim. Se postraba cuan largo era sobre la tumba, convocaba a un tzadik y hablaba con él. Y el espíritu le revelaba secretos esotéricos que había estudiado en la metivtá derakiá (la yeshibá Celestial), y entonces su cara resplandecía como el sol, de forma que no se le podía ver y sostener la mirada. Nunca le molestó una mosca en la mesa y de su cama salía la fragancia del Paraíso... Solía oír los decretos del Cielo sobre lo que habría de pasar en la tierra al ser anunciados. En la neilá (la oración de clausura) de Yom Kipur, podía decir quién estaba destinado a vivir durante el año siguiente y quién moriría. Sabía muchas cosas de ese tipo, pero no las revelaba por deferencia a sus colegas”.
El propio Arizal decía que en el versículo: “Subiste al Cielo y capturaste prisioneros [shevi]”, la shin, la bet y la yud de sheví se referían a Rab Shimón bar Yojai. Pero las letras de la misma palabra, leídas al revés pueden aplicarse a él: Itzjak ben Shelomó.
Según otras opiniones, en la palabra lyreav de la frase: “El secreto del Eterno es para los que le temen [lyreav]” se halla una alusión al nombre Y. Luria, lo que significa que para Rab Itzjak Luria, el Arizal, era grato revelar los secretos del Eterno, cosa que no le había sido permitida a otros sabios.
VISIÓN Y PODERES PROFÉTICOS
Rab Jaim Vital, en la introducción a Shaar Haakdamot, cuenta sobre el Arizal: “Podía decir cada uno de los actos que una persona había hecho y haría en el futuro. Sabía los pensamientos de una persona y podía decir lo que una persona estaba por hacer antes incluso de que lo hiciera”.
El Arizal era por naturaleza compasivo y bondadoso y tenía un profundo amor por todas las criaturas de Hashem. Su alumno, Rab Jaim, dio testimonio de que su maestro ponía especial cuidado en no matar nunca un insecto, ni siquiera los que resultan molestos como los mosquitos o las moscas. (Sháar Hamitzvot, parashat Nóaj, citado en Petorá D’Aba, vol. II simán 9.)
El sufrimiento de los polluelos
En cierta ocasión, el Arizal tuvo que viajar por motivo de negocios. Se hospedó en casa de un hombre recto y piadoso, que no escatimó esfuerzos para hacer su estancia confortable. Rab Itzjak se sintió muy conmovido con la dedicación de su anfitrión. Cuando estaba por irse, le dijo: “¿Cómo podría agradecerte todas las molestias que te has tomado por mí? Pídeme lo que quieras y te daré una bendición”.
Su anfitrión suspiró y respondió con voz pesarosa: “¿Qué puedo decirle, maestro? Tengo todo lo que necesito, gracias a Dios. No me falta salud ni riquezas. Sólo me queda una cosa para hacer completa mi felicidad: mi esposa y yo tenemos varios hijos, pero hace tiempo que ella dejó de concebir sin que sepamos por qué. Los médicos no pueden explicárselo. ¿Podría darnos como bendición que siga teniendo hijos?”
“Yo sé el motivo”, respondió el distinguido invitado. “La bondad y la compasión son uno de los rasgos característicos de todos los descendientes de Abraham Abinu. Tenemos que estar siempre alerta para no causar pena a nadie, sea persona o criatura. En tu patio, tienes un gallinero donde antes había una escalera de mano. Los pollitos acostumbraban subirla y bajarla brincando para llegar a los comederos y al agua que están en el suelo. Cuando tu esposa vio cómo lo ponían todo, dijo a la criada que pusiera la comida y el agua dentro del gallinero y quitó la escalera. Desde entonces, los pollos están aprisionados en la oscuridad. No pueden hacer ejercicio y se han visto privados de la diversión que era para ellos andar subiendo y bajando la escalera. En su frustración y descontento pían y esos sonidos de queja se han abierto camino hasta el cielo, contándose como una falta de tu esposa; es eso lo que la hace estéril y no pueda tener más hijos”.
El hombre oyó asombrado las palabras del Arizal, y fue inmediatamente a buscar la escalera. Con sus propias manos, la apoyó de nuevo en la puerta del gallinero. Todos los pollitos salieron en tromba gritando de alegría. No pasó mucho tiempo sin que la esposa del hombre quedara embarazada y volviera a tener hijos. (Kav Hayashar, capítulo 7, tal como lo cita Jaredim.)
Misericordia para con las criaturas
Vivía en la ciudad un hombre respetable y temeroso de Dios, que pasó todos los días de su vida en el arrepentimiento. En una ocasión, fue con el Arizal y le pidió que le revelara cualquier pecado que pudiera haber pasado por alto y que le dijera cómo expiarlo.
Rab Itzjak le miró la frente y dijo: “Es un tzadik perfecto. No tiene culpa alguna. Pero hay algo en su casa que necesita atención. Veo en su frente una vaga insinuación de tzaar baalé jaim, crueldad con los animales, que tiene que enmendar”.
Su interlocutor se afligió muchísimo al oír las palabras del Arizal. Trató de recordar qué había hecho a los animales, pero no le venía nada a la mente. Fue a su casa e investigó la conducta de su familia. Por fin descubrió que la criada no daba de comer a los pollos, quienes tenían que buscar alimento en los patios de los vecinos.
El hombre dijo a su mujer que echara comida todos los días no sólo a sus propios pollos, sino también a los de los vecinos. Cuando volvió al Arizal y le pidió que mirara su frente, éste le dijo que la señal había desaparecido, que había borrado su pecado. (Dibré Yosef, pág. 206.)
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